Estaba triste. Se encontraba triste y sola. La oscuridad se abalanzaba sobre la pequeña luz de su escritorio. Carcomiéndola, poco a poco. Como si una fantasmagórica nada se cerniera sobre ella. Eso le asustaba. Pero también le daba fuerzas para continuar, para enfrentarse a su eterna página en blanco. Mis ideas… son tantas… tantas que no sé, que no tengo tiempo para retratarlas. Más de una vez sintió que al escribir a mano en su diario las ideas volaban con mucha más rapidez que su mano. Incluso escribiendo a ordenador, no dejaba todos sus pensamientos perfectamente plasmados. Siempre había flecos que quedaban colgando, siempre algo se le escapaba.
Entonces recordó algo que había leído hacía tiempo en un libro que hablaba de varios libros. Como un libro de viajes que habla de otros viajes, o un libro de aventuras que narra aventuras de otros personajes. Algo tan extraño como inquietante. Recordó que las historias, lo que uno escribe, a través del vuelo de un pájaro, a través de este simple recurso estilístico, son capaces de viajar de un lugar a otro mansamente, sin brusquedad.
Por tanto, intentó dejar volar su imaginación. Su mente. Se imaginó un gran pájaro. Algo parecido a un águila, con enormes plumas marrones. Sobrevolando un bosque, con unas picudas montañas nevadas… ¡Todo es tan jodidamente idílico! Quiero que vuele, quiero cambiar. Ese mismo pájaro la llevó a un hotel. Un hotel en la playa. Un hotel de paja y cáñamo en una playa tropical. Mierda. Otra vez es idílico. ¡Basta ya!
Entonces el hombre de la gabardina gris salió del portal amarillento. Mientras avanzaba por la acera, una paloma se posó lentamente delante de él. En otra ocasión, él hubiera pasado de largo, pero se paró. La paloma le miró a los ojos. Directamente. Luego ululó. Alto y fuerte. No había nadie más en la calle. O si había, poco importaba. El hombre dejó su maletín en el suelo, junto a una papelera. La paloma manchó de mierda la acera. Acto seguido alzó el vuelo y se alejó.
Menuda mierda de imitación de Sam Shepard, pensó ella.
Sabes, al final se me fue la pinza y no supe cómo parar. No importa. Eso no importa. ¿Entonces lo publico así? ¿Tal cual? Joder, seguía triste. Bueno, quizá algo más atenuado. Más leve. Odiaba la letra ñ. La letra ñ que aparecía en cada intento de colocar un jodido acento. Sí, así está bien.
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