viernes, 4 de enero de 2008

Confesiones de Arturo Barea (I)

“Llevaba días sin descansar, pero no podía dormir. Quería gritar a los generales que se llaman ellos mismos salvadores de país y a los diplomáticos que se llaman a si mismos salvadores del mundo, que vinieran a vernos. Yo los encerraría en estos sótanos de la Telefónica. Los pondría aquí, en estos jergones de esparto, húmedos de nieblas del invierno, y los haría vivir y dormir sobre un piso de cemento, entre mujeres hambrientas y trastornadas de histeria que han perdido sus casas, y que aún escuchan las bombas como queriendo romper el cemento que las protege. Los dejaría aquí muchos días para que se empaparan en miseria, que se impregnaran de sudor y piojos, y que aprendieran historia, historia viva, la historia de esta guerra miserable y puerca, la guerra de cobardías, de los brillantes sombreros de copa bajo los candelabros de Ginebra, la guerra de generales traidores asesinando a su propio pueblo, fría y cobardemente.”

Arturo Barea

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