Salió a la calle. La muchedumbre que la transitaba la apartó enseguida del portal. Desorientada comenzó a caminar lentamente calle abajo.
Tiendas, bares, establecimientos. Gente. Caras frías, impersonales. Ojos hundidos, sombreros calados, paso apretado. Gente gris.
No quería recordar, al menos no ahora.
Se hundió en la silla de cualquier cafetería en un barrio cualquiera de ninguna parte. El café amargo y solitario no calmó su alma, o lo que sea que tuviese dentro. El segundo sólo consiguió ponerla más nerviosa aún y que comenzara a llorar. Pero allí nadie se preocupó de nada. En el fondo, agradecía pasar desapercibida, no existir.
Mientras el sol trataba de buscar un hueco por donde asomarse, ella volvía a caminar. Caminar le sentaba bien. Al poco rato alcanzó un parque, no muy grande, pero lo suficiente para echarse un rato. Estaba tan cansada…
Una gota de lluvia rozó su pequeña nariz. Al instante abrió los ojos y contempló los negros nubarrones que adornaban el cielo. Cuestión de segundos que empezara a diluviar. Echó a correr hasta alcanzar la calle, y atechándose bajo los soportales avanzó en busca de la cafetería donde había estado no hacía mucho. ¿Mucho? ¿Cuánto tiempo había dormido?
El destartalado local no aparecía por ningún lado, así que la recepción de un pequeño hostal le pareció un buen refugio hasta que amainara. Pensándolo mejor, no le vendría nada mal echar una cabezadita y terminar el sueño interrumpido en una cama de verdad.
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