martes, 1 de enero de 2008

Documento 1 (Variación segunda)

A veces las cosas nos sorprenden cuando menos nos lo esperamos; otras, en cambio, nunca llegan a sorprendernos por mucho que así lo pensemos.

Música alta, poca luz. La luna en lo alto, engañosa, brillante. En torno a mí se perfila la oscuridad de los objetos, inanimados, quietos. Documento 1 en la pantalla de mi ordenador. ¿El fin?

Érase una vez una chica, tímida, de tez sonrosada y ojos color de mar. Caminaba lentamente ensimismada a lo largo de la playa, justo donde las pequeñas olas mueren irremediablemente como un manto que se extiende y desaparece al instante. El agua apenas rozaba sus sandalias de cuero, endurecido por las tardes interminables junto aquel océano de misterios y de revelaciones. El horizonte, allá, infinito, se perfilaba tranquilo, anaranjado, ajeno a todo. Oscuro atardecer otoñal. Cada paso dejaba atrás una ligera huella rápidamente deshecha por la humedad. Cada paso era una idea más, floreciente en la pequeña cabeza de la joven de largos cabellos rizados, mecidos por la suave brisa.


Apartó la vista del horizonte y contempló las olas. Atenuadas, al parecer, por la noche, se perfilaban traicioneras, sedientas. Se detuvo. Un instante. Una decisión. Avanzó hacia ellas, desafiante. –No os tengo miedo- mintió. Primer paso, frío, viento, nubes en la bóveda celeste.

Segundo paso, escalofrío. Recuerdos, variados, inconexos. ¿Felicidad? Quizá. –No te tengo miedo- Dijo de nuevo. Cierto, poco importaba el miedo en aquel momento; mejor apartarlo. Mirada atrás. Más recuerdos, confesiones, risas, llantos, secretos, preocupaciones.

Tercer paso. Nada. El agua cubría ya la mitad de su frágil cuerpo. Sí; estaba decidida. Habiendo superado lo más difícil, poco quedaba por hacer, dejarse llevar.

Todo parecía demasiado fácil, volvieron. Volvieron los recuerdos y oyó su nombre, en tierra, cercano a ella. Se inquietó, pues nadie debía saber lo que estaba haciendo ni a dónde se dirigía. No respondió.

¿Sueños? Tal vez. Pero no ahora. La realidad se siente, y aquello era real. La habían descubierto.


-No puede ser cierto. Estás mintiendo. No. Es imposible. ¿Lo entiendes? No.- Atravesó la sala en dos grandes zancadas y abandonó la habitación con un sonoro portazo. ¿Qué le impulsó a tomar semejante decisión?

-No podrá hacerlo. Por favor, que no pueda hacerlo.- La vio, lejos. Gritó su nombre, pero la brisa deshizo sus palabras. Un segundo, el corazón se aceleró. Un instante, la mente en blanco. Comenzó a correr con todo su impulso y su rabia, desatada su furia interior, sin pensar, sin sentir.

Avanzaba veloz, adentrándose lentamente en la movediza arena, ausente. La incredulidad había dejado paso a la desesperación, verdadera fuente de conocimiento del ser humano. Sentía el profundo palpitar de la sangre en sus sienes, mientras continuaba imperturbable, salvando cada obstáculo oculto en la oscuridad.

Cada vez más cerca. Sentía su presencia, oculta ahora a su vista por la noche, dentro, en el mar. Al alcanzar la orilla pronunció de nuevo su nombre. Nadie contestó. Elevó el tono.

Tercer intento. Sabía que estaba ahí, en algún lugar. Se adentró algunos metros en él, y observó la luna, prácticamente oculta entre la bruma, un débil destello de claridad.

Un movimiento, cerca. Cuarta vez, un susurro.-Por favor-.


-No- dijo.-Vete, este no es tu lugar-

-Este es el lugar que hoy he elegido. No te vayas-.

-Las cosas no son tan simples-.

-Déjame ir, al menos-.

-Márchate… Te lo pido-.

-Sabes que no me iré-

Existe una tercera posibilidad: Que las cosas, por mucho que las pensemos, o que no las esperemos, tiendan, ciertamente, hacia algo. Ese algo, misteriosamente, siempre ha estado presente en nosotros, oculto, en lo más profundo de nuestro ser, y sólo aflora, como las ideas o los impulsos, en determinadas situaciones, momentos, circunstancias.

Comencemos. El principio aún nos espera.

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